sábado, 20 de septiembre de 2008


ENTRE MUJERES SOLAS
Mi tío Tiziano -sastre y anarquista-, me regaló un libro de Cesare Pavese cuando cumplí 16 años. Todavía lo conservo porque es una manera sensible de tener presente a ese hombre seco, gris, menguado.
Lo leí después de su muerte. Nunca lo presté. Jamás se me hubiera ocurrido recomendarlo. El título siempre me resultó melancólico: Entre mujeres solas. Con los años fui entendiendo que mi tío Tiziano era como Pavese. No tuvo esposa, hijos, casa, amigos; solo la humildad de su trabajo y la modestia de su cuarto. Ambas cosas me dejaron un triste recuerdo que aún me duele como una daga clavada en el pecho cuando tengo en mis manos ese libro.
Pavese fue un perseguido político por su condición de antifascista. Se puede decir que su obra es autobiográfica con una sobriedad realista poco común. Vivió 42 años. Se suicidó en Albergo Roma, cerca de la estación de Turín. Mi tío Tiziano también eligió la misma vía cuando desilusionado con el engaño de su amante secreta no quiso seguir luchando. Pavese supo también tener un amor: Constance Dowling, hermana de Doris, ambas actrices de cine.
Ahora, la editorial Lumen de Barcelona vuelve a editar Fra donne sole traducida por Beatriz Benítez. Doscientas páginas que son la excusa para recordar el centenario del nacimiento de este piamontés taciturno.
El argumento del libro habla sobre Clelia que regresa de trabajar en Roma donde la vida no es una carcajada.
Puede ser que lo compre para que Tiziano descanse en paz.

martes, 16 de septiembre de 2008


LA CASA DE PAPEL LLENA DE LIBROS

No voy a ser un papanatas. Acepté meterme en este lío porque hay tanta defecación literaria, tanto guano escrito, que una deyección con cierta dignidad, sin palabras mezquinas, puede expeler algún fogonazo creativo.
Yo no soy escritor - aclaro de antemano-, no tengo preparación académica, tampoco me cabe la mención de intelectual. Me gusta la idea de un quimérico. Esto parece petulante pero en el camino de las bajas letras hay muchos engañadores sueltos, bulímicos ilustres que se juntan en fonduchas para leer textos como cocina de autor.
Yo no tengo nada publicado. En un cuaderno “Éxito” de hojas cuadriculadas anoté algunas cosas. Esos apuntes tienen un valor documental. Damián y Rodrigo, alguna vez leyeron esas extravagancias y las diplomaron como “estrafalarias”. Para mí son pavadas y si hoy me viene en ganas darles identidad, lo hago a solo efecto de demostrar que escribir y leer es una tarea abrumadora, atrevida para personas incultas como yo.
Como no soy crítico, no tengo editoriales que me banquen, no recibo sobres gratificantes, les voy hablar de un libro inadvertido llamado La casa de papel, escrito por un argentino que se mudó al Uruguay para estar tranquilo. Se trata de un texto de Carlos María Domínguez (58), un tipo desconocido para los progres que con este relato corto o cuento largo obtuvo el Premio Fundación Lolita Rubial y Narradores de la Banda Oriental 2002, en 2005 ganó el Premio Especial del Jurado de los Jóvenes Lectores de Viena, Austria y en 2007 fue finalista del Athenas Price for Literature, en Grecia. Este libro que no supera las 80 páginas lleva vendido 100 mil ejemplares y ha sido traducido a dieciocho lenguas. Es una apasionante historia que comienza en la primavera de 1998 cuando Bluma Lennon, quien trabajaba en el Departamento de Lenguas Hispánicas de la Universidad de Cambridge, a poco de haber dejado una librería en el Soho, es atropellada por un automóvil mientras leía el segundo poema de Emily Dickinson. A partir de entonces comienza el peregrinar de su suplente con la llegada a su oficina de un sobre conteniendo un libro a nombre de la difunta. Todos los caminos del sucesor lo llevan a conocer a Carlos Brauer, un bibliófilo residente en Uruguay. No llega a él, pero a través de un tal Delgado logra saber que Brauer, enojado con la vida, decide construir una casa en la localidad de La Paloma, cuyas paredes fueran hechas con libros en lugar de ladrillos.
…"Pidió, Carlos, al albañil de Rocha, que clavara los puntales del armazón de las ventanas en la arena, y los puntales de dos puertas, y que le armara con un muro de piedra, una chimenea. Cuando la chimenea estuvo en pie, asomada al costado del quincho, y las ventanas y las puertas quedaron apuntaladas, pidió cemento, comprenderá que decirlo que produzca una sensación de horror, le pidió que convirtiera sus libros en ladrillos.
Así, como lo oye. Bajo la mirada, entre piadosa e indiferente del albañil que hacía la mezcla, se dedicó a seleccionar, de la montaña de libros arrojada por el carro sobre la arena limpia y blanca, los libros que debían protegerlo del viento, la lluvia, las inclemencias del invierno”.
Hasta aquí mi aporte. El resto sigue encerrado en las páginas de este texto lleno de amor y devoción por los libros.
Si sirve de algo, el libro para mí es una joya que no debe dejar de leerse.