martes, 14 de octubre de 2008


VOLVIENDO A CABRERA INFANTE
Siempre recuerdo el día que me sorprendí con la muerte de Guillermo Cabrera Infante. Fue como el final de un cuento. Recuerdo su viuda, el llanto desgarrado por la pérdida del hombre amado y la estúpida alegría de unos cuantos que creyeron verlo al escritor más cerca del cielo que de su tierra. Torpes, pensaron que todo había terminado. Sí, todo había terminado, porque nacía el autor que respiraba por las páginas de sus libros. Aquella muerte se parecía a un suicidio y la asocio a esa historia del angustiado personaje que durante todo el día había permanecido mirando el mar, sentado sobre el muro del malecón y en un descuido, cuando nadie lo observó, se arrojó a las aguas del océano para nunca regresar a la superficie. Todo huele cinematográfico y es que el cubano siempre respiro celuloide, siempre me impresionó como un tipo de película. Ahora que está callado surge su nueva novela La ninfa inconstante, una historia de amor que transcurre en La Habana de 1957, donde un crítico de cine y una adolescente viven la pasión más ardiente. Tema repetido pero siempre vigente. Ella se escapa de su casa, es una niña virgen, con toda su sexualidad reprimida e intacta, con todo su analfabetismo liberado, con su deslumbramiento por ese hombre culto, seductor, pasional. Él se está despidiendo de su mujer, de la cotidianidad repetida, de su pasado, de su modelo; para esconderse como un niño entre los pechos candentes de Estelita. Es una novela ardorosa, conmovedora, musical, cargada de melancolía. Aparece un Cabrera Infante más sensible, más afectuoso. La obra estaba guardada como Cuerpos Divididos y El mapa hecho por una espía. La sacó del olvido Galaxia Gutenberg y el Círculo de Lectores de Barcelona. Todavía no muchos hablan de esta joya. Es que aún no descubrieron al mago caribeño y no saben de su fantasía.

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