lunes, 23 de febrero de 2009


EL SALVAJE DE LA POLINESIA
Hace unos años me curtía a una minita que estudiaba Bellas Artes en esa escuela que quedaba en la costanera. Era muy rayada y amorosamente perra. Un lujo para mi monoambiente de San Telmo. Yo no entendía nada de pintura pero ella insistía en hablarme de Gauguin. Parece que el flaco un día se cansó de laburar como comisionista de bolsa y al llegar a su casa le dijo a Mette, su esposa: ¡¡ Me voy!! Y se rajó a la Polinesia para pintar negras en bolas. Dicho así es para envidiarlo pero no todo fue una fiesta. Se la pasó tratando de que los críticos franceses lo entendieran y no había caso. La miseria y la soledad lo enfermaron y terminó con una pata con gangrena. Las morochas que posaron para él nunca entendieron que este putañero estaba huyendo de las costumbre burguesas y que sólo trataba de encontrar la verdad a través de la imagen. Hay una historia medio jodida con otro pintor. Se hablaba de un encuentro con Van Gogh que terminó en pelea. Pero eso es otra cosa. Bueno, resulta que en la librería de ricos, esa de la calle Santa Fe y Callao, vi un libro que me hizo acordar a la minita. Se llama Escritos de un salvaje y el título me gustó porque yo soy medio salvaje. Lo agarré - ahí no podés meterlo en la mochila porque te vigilan de todos lados- y me hice el que conocía. Me enteré que es una recopilación de dos libros breves: Noa Noa y Antes y después. Gauguin es buen escritor. Relata con ganas y tiene fuerza. Me quedé con una carta a su hija donde le dice que no sienta vergüenza por su padre. Que él va a ser un gran artista. Y no se equivocó. Genio, maestro, renovador, así dicen lo que saben.
Escritos de un salvaje tiene 274 páginas y es una biografía de esas que da gusto seguirla.

Ahora después de esto me quedé caliente con Violeta, la minita de Bellas Artes ¿recién me doy cuenta que era una pinturita?.

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